Los contenidos de este blog van desde la Psicología a la Antropología, pasando por la Historia o la Pedagogía. Esta mezcla abigarrada de disciplinas y temas tiene para mí un sentido claro y este sentido es que todas ellas son ciencias sociales o humanas, intensamente interconectadas unas con otras, debido a que todas ellas tienen un común objeto de estudio: el ser humano. Aunque cada una de ellas tenga su propia metodología e instrumentos de trabajo y de análisis, que les otorgan su propia personalidad.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Felicidad y coherencia

Al dilema entre felicidad y coherencia le ocurre algo parecido que al de libertad y dignidad.
Desde que Aristóteles defendió que lo que caracteriza al hombre es la búsqueda de la felicidad, y lo siguieran afirmando sucesivas declaraciones de derechos, se ha ensalzado continuamente a la felicidad como meta suprema del existir humano y, de hecho, es lo que prometen la mayoría (si no todas) de las religiones. Y, sin embargo, no parece que esté todo tan claro como parece: podemos sacar numerosos ejemplos en los que una serie interminable de humanos han buscado antes la coherencia que la felicidad. A éstos generalmente se les llama héroes, pero no es necesario buscarlos en tan grandes extremos.
Se podría argumentar que quienes hacen actos de heroísmo esperan en el fondo una recompensa de felicidad; pero esta posible recompensa es tan lejana que no parece suficiente como para vencer un deseo tan fuerte como el de ser feliz; sólo una fuerza igualmente poderosa parece que pueda equilibrar esa pérdida tan traumática de la ansiada felicidad.
Sin embargo se nos vende que la felicidad y la libertad no sólo son las metas últimas, sino que su consecución depende de nosotros, cuando la realidad es que ésta depende siempre de otros, por lo que ponerlas como las últimas metas convierte en un absurdo nuestra existencia, ya que la mayor parte de las veces se obtienen por poco tiempo. Sin embargo, la dignidad y la coherencia pueden acompañarnos durante casi toda nuestra vida, a poco que seamos capaces de hacer sacrificios por ellas.
Y es que estamos acostumbrados a ver cómo auténticos desalmados disfrutan absolutamente de todo y tienen libertad para hacer lo que le venga en gana. En esas circunstancias aconsejar que se haga el bien para ser felices no deja de ser una falacia. El bien se justifica en sí mismo y la coherencia también, sin necesidad de recompensas, aunque todos deseemos vehementemente (con razón, me atrevería a decir) ser felices y libres.
Hay también una característica común que tienen entre sí felicidad y libertad, por un lado, y coherencia y dignidad por el otro: se nos antoja que el conseguir la felicidad y la libertad, por muy deseables que sean, no depende de nosotros mismos, sino de factores del entorno o de otros individuos. Sin embargo la coherencia y la dignidad, aún a fuer de grandes sacrificios, podemos preservarlas si somos capaces de soportar presiones y hacer sacrificios. Por todo ello, los segundos son más deseables, no por su mayor valor intrínseco, sino por su mayor posibilidad de control por nosotros.
Por otro lado, reconocimiento y respeto parecen ser otros dos términos que mantienen entre sí una cierta antítesis, aunque aparentemente no lo hagan; además la relación que mantienen entre ellos guarda muchas semejanzas con los otros dos pares. Mientras el reconocimiento es algo que depende de los otros, el respeto es algo que se gana el mismo individuo, o al menos la respetabilidad, cuando los otros son mezquinos y siempre pensando que el principal respeto es el que debe sentirse por uno mismo/a.