Los contenidos de este blog van desde la Psicología a la Antropología, pasando por la Historia o la Pedagogía. Esta mezcla abigarrada de disciplinas y temas tiene para mí un sentido claro y este sentido es que todas ellas son ciencias sociales o humanas, intensamente interconectadas unas con otras, debido a que todas ellas tienen un común objeto de estudio: el ser humano. Aunque cada una de ellas tenga su propia metodología e instrumentos de trabajo y de análisis, que les otorgan su propia personalidad.

lunes, 24 de diciembre de 2018

¿Migrantes?

La rápida y masiva difusión que ha tenido el término "migrantes" en los medios de comunicación, en las últimas semanas o meses, nos ha hecho reflexionar acerca de este cambio en la terminología.
Sin duda, "migrantes" es un neologismo que ha sustituido a los dos anteriores: emigrantes e inmigrantes. Aparentemente parece que este término se utiliza para una mayor objetividad, pues una persona puede ser considerada emigrante o inmigrante dependiendo de la perspectiva del país desde el que se la considera, pero a veces no se sabe si la persona en çuestión va o viene de un determinado lugar, y en la duda parece que no quieren errar. Pero en la realidad, puede que este auge del término esté relacionado con una tendencia contemporánea de considerar a las personas sin identidad y sin raíces (despersonalización), que se mueven de un lado a otro casi por capricho. Desde este punto de vista, la implantación de este término de "migrantes", parece tener un fuerte contenido ideológico.
Considerar que alguien es migrante, sugiere subliminalmente que simplemente se mueve, pero no procede de ningún sitio, en una actividad caótica. Lo que puede equivaler a decir que no se tiene punto de origen y, como consecuencia, no se tiene destino ni identidad. Parece sugerirse de este modo la ubicación, de cada una de estas personas, en una anomia casi permanente. De esto a considerar que son personas fuera de la ley y perseguibles puede que se haya producido una aproximación, y la afirmación, a partir de ahí, de que son gentes sin normas o sin moral, puede haber demasiados pocos pasos. Desde este punto de vista, casi echamos de menos el término extranjero que, aunque sugerente de ser un posible enemigo, al menos no incita las despersonalización del otro. El extranjero es alguien con una identidad distinta a la nuestra; el "migrante" ni eso.
Aún más, los "mercados" muestran a veces interés porque los trabajadores estén "disponibles" para la movilidad que exige "el mercado laboral". Esta disponibilidad se ve favorecida por el desarraigo de los ciudadanos y ciudadanas del planeta. Nos preguntamos si este cambio de términos no es del todo inocente (al menos por algunos) o es, indirectamente, una invitación a la pérdida de raíces y de la identidad y, por ello, a la anomia. Una anomia inducida.
A partir de que a algún colectivo se le haya puesto esa etiqueta de anomia, se puede justificar cualquier violación de su derechos: separarlos de sus hijos, internarlos, colocarlos en campos de "refugiados", no proporcionarles un trabajo digno, una educación para sus hijos, una asistencia sanitaria para todos...
Es decir, que independientemente de que sea intencionado o no (no descartable debido a la identidad de los grupos financieros que controlan los medios de comunicación), hay una sustitución gratuita e innecesaria de un término del lenguaje por otro y, además, esa sustitución produce confusión como mínimo aparte de llevar en si valores que no aportan nada bueno a la convivencia ni a la dignidad humanas.

domingo, 11 de noviembre de 2018

¿Es un arte el flamenco?

A primera vista parece que sí lo es, ya que:

  • el flamenco es música y baile, y la música y el baile son artes.
  • en él se exige un nivel alto de la técnica de interpretación-ejecución.
  • hay en el flamenco  "artistas" celebrados por la buena ejecución o por su creatividad.
  • también ocupa en el flamenco un  lugar importante la estética, se refiera al sentido que se refiera: olor, sabor, vista, oído, cinestesia, tacto...

Pero no todo parece tan claro como al principio, porque hay otras características, aparentemente secundarias, relacionadas con el arte, como pueden ser el valor que se otorga a los artistas (sean éstos anónimos o no) o la importancia que se atribuye al virtuosismo en las técnicas, o incluso la creatividad individual demostrada, las cuales no hemos mencionado en esa primera relación..
Pero en el flamenco, más que brillar los individuos, brillan muchas veces las sagas familiares o locales; más que el virtuosismo, el valor en afrontar los desafíos en la ejecución del cante el toque o el baile, y más que la creatividad personal, el trabajo de muchos flamencos que han ido desarrollando y perfeccionando los distintos palos del flamenco, o el flamenco en su conjunto.
¿Es entonces un arte el flamenco? ¿o es otra cosa distinta? ¿o es un arte y algo más?. Las respuestas a estas preguntas pueden quedar en el aire, pero, mientras tanto, podemos ir avanzando en su significado.
En una primera reflexión, podríamos observar que, si es arte, es un arte colectivo, porque la construcción de ese inmenso fractal que es el conjunto de los cantes flamencos, no ha podido ser posible sin la intervención de decenas, centenas o miles de bailaores/as, cantaores/ o guitarristas, que han llevado a cabo sus creaciones en necesaria interrelación unos con otros, aunque esa colaboración haya sido en distintos momentos de la línea del tiempo. Por este motivo, la afirmación de que el cante flamenco es individualista, frente a la música andalusí, que es colectiva (el ejemplo de las nubas, aunque éstas también tiene solos del cantante principal); no creemos que sea del todo cierta,  aunque se diferencia de la música andalusí, en que su sentido de lo colectivo no es del todo presencial.
Podemos pensar que el flamenco es una creación étnica, pero no es una creación étnica al uso, puesto que, lejos de marchar al ritmo infinitamente lento de los cambios culturales, avanza al ritmo acelerado de los cambios sociales; pero no llegando a ser un producto cultural más de las sociedades complejas, que marchan al ritmo de la globalización acelerada. Porque el flamenco mana continuamente de su origen geográfico (Andalucía y su entorno) y étnico, lo andaluz y su ámbito de influencia. Cuando sale de esas fuentes pierde su naturaleza y se esfume en el mar de productos culturales masificados, casi de usar y tirar al poco tiempo.
Desde luego no parece que el flamenco sea sólo un mero arte, o capacidad para ejecutar algo con maestría y con objetivos estéticos o sensitivos. Nos inclinamos a decir que el flamenco es una expresión cultural, que se expresa mediante la música y el baile. Aún más, es una cultura de resistencia: precisamente, de resistencia a la aculturación. Es una lucha por mantener la identidad, dentro de un entorno en el que la cultura dominante es otra.
Una prueba de que es una cultura de resistencia, es que el flamenco se transmite de persona a persona, casi clandestinamente, intentando mantener la vieja y siempre nueva llama de la identidad. Y ese mantenimiento de la identidad, para el pueblo andaluz, no podía ser de otra manera que mediante la música y el baile; como ya defendimos hace años en nuestro trabajo "Sobre el orfismo andaluz". Un recurso a las dos artes que desafían al tiempo y buscan la atemporalidad.

sábado, 13 de octubre de 2018

Oliver de Triana - Soleá I


Manuel Oliver fue un representante destacado de lo jondo y expresión de esta idea en su sentido más claro. Quienes lo escuchamos guardamos la memoria de su buen flamenco y de las mejores soleás.

martes, 17 de julio de 2018

El valor del trabajo

La forma habitual de valorar el trabajo es otorgarle un precio al cambio. Forma habitual de valorar todas las cosas por el dinero. Como es lo que habitualmente vemos, nos parece la única forma de poner en valor no sólo el trabajo, sino todas las demás cosas. En función de esta creencia, todas estas cosas y en concreto el trabajo, tienen un precio en el mercado.
Sin embargo, hay muchos otros factores que nos podrían servir para valorar el trabajo, como:

  • el esfuerzo necesario para realizarlo
  • la importancia (establecida más o menos objetivamente) que tiene para quien se beneficia de él
  • la dificultad técnica y la habilidad necesaria para hacerlo
  • la "calidad" del mismo (si está bien ejecutado o no)
  • la cantidad de personas que se benefician de su resultado
  • la mayor o menor necesidad de quienes reciben ese beneficio
  • la cantidad de trabajo
  • el tiempo requerido para realizarlo
  • ...

Pero, ni de lejos y con frecuencia, algunos de estos factores tienen repercusión en el "precio" del trabajo. Es por esto que socialmente no se valora el trabajo, sino los beneficios económicos que se pueden obtener por él o por otros medios. El fin social del trabajo se convierte entonces en un fin egoísta, y por ende, independientemente de la nobleza de sus objetivos  medios, se convierte también en trabajo alienado.
Pero para despojar de esa alienación al trabajo, no tiene sentido hundir en la miseria a quien lo realiza, forzándolo a que lo haga de manera no remunerada; quizás bastaría tan sólo con no confundir la recompensa con la función del trabajo y tratarlo no como una obligación sino como un derecho y una forma de realizarse la persona.

Las compensaciones
El trabajo tiene dos vertientes en cuanto a las compensaciones que recibimos por él:
- la primera vertiente se refiere al trabajo como actividad dirigida hacia el individuo que lo ejecuta.
- la segunda vertiente se refiere al carácter social que, como toda actividad humana, tiene el trabajo.
La primera de ellas se referirá a cosas tales como: satisfacción de realizar lo que nos hemos propuesto, ventajas prácticas obtenidas, desplegar las energías creativas, las físicas, obtener motivación para vivir...
La segundad, en cambio, nos llevará a pensar en cosas tales como la satisfacción por la aprobación social, la obtención de un estatus superior superior al disfrutado hasta el momento, la consabida remuneración económica...

La valoración ética, de las cuestiones que planteamos, entra cuando se anteponen las compensaciones al verdadero valor del trabajo que, posiblemente esté en sí mismo.

martes, 3 de abril de 2018

II Congreso de Expresión y Comunicación Emocional. Sevilla.


II Congreso de Expresión y Comunicación Emocional. Sevilla.
Enlace a las Actas del Congreso de A.I.E.C.E., donde aparece una comunicación mía titulada: DESARROLLO MORAL Y AFECTIVO. INTERDEPENDENCIA DE AMBOS. Siguiendo una línea de trabajo que, aparte de la importante aportación de Robert Solomon, apenas ha tenido representantes.

imagen decorativa

domingo, 25 de marzo de 2018

La educación ética

La idea de educación ética va, desde nuestro punto de vista, mucho más allá de educar éticamente o enseñar o predicar ética. Por el contrario, entendemos la educación ética como una educación en la que el primer objetivo sea la educación en valores, y todos los demás vayan en función de este primero: enseñamos ciencia, pero asegurándonos de que el uso que le van a dar los discentes sea respetando, al menos, los derechos humanos. Instruimos en las normas de una buena literatura, pero que ello redunde en un adecuado crecimiento personal.
Otra propuesta de educación ética sería contemplar la necesidad de que el derecho a la educación debe ganarse por cada individuo: el que no cumple las normas puede ser corregido, pero ese individuo debe tener claro que debe ganarse el privilegio de ser educado, a la vez de que tiene la obligación de pedir y ganarse esa educación. Esta aparente contradicción es el resultado de que existan personas que rechazan lo que deberían exigir: su propia educación.
Este dilema parece ser prolongación del de la ciencia: ¿se le deben proporcionar conocimientos a quiénes tenemos razones fundadas para creer que van a hacer un uso fraudulento de los mismos? ¿quién decide que algo es fraudulento? ¿cómo se administran los conocimientos y la formación ¿saber para todos? ¿hermetismo?
A lo mejor el dilema podría resolverse con una solución parecida a la siguiente. "El conocimiento para quien se lo gana", con buen hacer y honradamente. El derecho a la educación no es pues un derecho a la carta, sino en función de las necesidades de cada uno y de lo que se ha esforzado por conseguirlo.
¿Significaría eso que se debería abandonar a quienes no quieren ser educados?: no, pero se debe instituir algún mecanismo que los haga valorar el privilegio del que están disfrutando.
La situación actual, por el contrario, dominada por el eficientismo y la meritocracia, parece ir encaminada a que la promoción sea sólo debida al cúmulo de conocimientos o de competencias prácticas. De este modo, la implicación ética con lo que se aprende o lo que se practica pasa a un segundo plano.