La idea de educación ética va, desde nuestro punto de vista, mucho más allá de educar éticamente o enseñar o predicar ética. Por el contrario, entendemos la educación ética como una educación en la que el primer objetivo sea la educación en valores, y todos los demás vayan en función de este primero: enseñamos ciencia, pero asegurándonos de que el uso que le van a dar los discentes sea respetando, al menos, los derechos humanos. Instruimos en las normas de una buena literatura, pero que ello redunde en un adecuado crecimiento personal.
Otra propuesta de educación ética sería contemplar la necesidad de que el derecho a la educación debe ganarse por cada individuo: el que no cumple las normas puede ser corregido, pero ese individuo debe tener claro que debe ganarse el privilegio de ser educado, a la vez de que tiene la obligación de pedir y ganarse esa educación. Esta aparente contradicción es el resultado de que existan personas que rechazan lo que deberían exigir: su propia educación.
Este dilema parece ser prolongación del de la ciencia: ¿se le deben proporcionar conocimientos a quiénes tenemos razones fundadas para creer que van a hacer un uso fraudulento de los mismos? ¿quién decide que algo es fraudulento? ¿cómo se administran los conocimientos y la formación ¿saber para todos? ¿hermetismo?
A lo mejor el dilema podría resolverse con una solución parecida a la siguiente. "El conocimiento para quien se lo gana", con buen hacer y honradamente. El derecho a la educación no es pues un derecho a la carta, sino en función de las necesidades de cada uno y de lo que se ha esforzado por conseguirlo.
¿Significaría eso que se debería abandonar a quienes no quieren ser educados?: no, pero se debe instituir algún mecanismo que los haga valorar el privilegio del que están disfrutando.
La situación actual, por el contrario, dominada por el eficientismo y la meritocracia, parece ir encaminada a que la promoción sea sólo debida al cúmulo de conocimientos o de competencias prácticas. De este modo, la implicación ética con lo que se aprende o lo que se practica pasa a un segundo plano.
A lo mejor el dilema podría resolverse con una solución parecida a la siguiente. "El conocimiento para quien se lo gana", con buen hacer y honradamente. El derecho a la educación no es pues un derecho a la carta, sino en función de las necesidades de cada uno y de lo que se ha esforzado por conseguirlo.
¿Significaría eso que se debería abandonar a quienes no quieren ser educados?: no, pero se debe instituir algún mecanismo que los haga valorar el privilegio del que están disfrutando.
La situación actual, por el contrario, dominada por el eficientismo y la meritocracia, parece ir encaminada a que la promoción sea sólo debida al cúmulo de conocimientos o de competencias prácticas. De este modo, la implicación ética con lo que se aprende o lo que se practica pasa a un segundo plano.